Día 25: Relatos Navideños

¡Feliz Navidad lectores! Hace unas semanas, Javi y yo escribimos unos relatos breves navideños para un concurso, aquí os los dejamos por si queréis leerlos para celebrar la Navidad.  

Relato de Eowyn:

Un Árbol de Otoño en Navidad

Hola querido lector, ¿Qué tal estás? Te voy a contar una historia. ¡Ah! Aún no me he presentado, verás,

soy una simple escritora de la que no hace falta contar ahora demasiado, igual que tú eres un simple

lector. Bueno, en el momento en el que se estaba desarrollando esta historia, era una chica cuyo carácter

y mentalidad no eran dignos de ser plasmados sobre el papel, tenía unos 15 años. Pero me siento

obligada a relatar estos hechos por si a alguien le son de utilidad. Así que lector, te animo a que sigas

leyendo sobre los hechos aquí recogidos, puede que no te sirvan, puede que pienses que tienes mejores

cosas que hacer, puede que pienses que soy una insoportable pedante, o tal vez que este párrafo se está

alargando demasiado, pero seguro que esta historia te entretiene un rato, especialmente si estás en las

fechas navideñas y estás asustado por todo lo que se te viene encima (hacer la cena de navidad que le

guste a todos, comprar cosas varias, decorar la casa, cenas con compañeros de trabajo, tirarte en el sofá

y lamentarte porque estás cansado, etc.) Has de saber que estos hechos ocurrieron hace muchos años,

durante la pandemia mundial del COVID-19 del 2020, si eres muy joven puede que ya ni lo recuerdes,

pues eso ocurrió hace ya 40 años. Parece que fue ayer, madre mía, estoy envejeciendo muy rápido. En

fin, dejemos los desvaríos de una vieja como yo y comencemos la historia.

Apoyé mi nariz contra el cristal de la ventana, sentía un pequeño cosquilleo en la punta por el frío.

Respiré profundamente, miré hacia abajo y vi que el cristal se había cubierto de vapor. Por fin aparté mi

rostro del cristal  y contemplé la forma que se había marcado en el cristal, el contorno de mi nariz. ¡Qué

mañana más aburrida!, pensé. Quedaban siete días para Navidad, pero iba a ser una Navidad horrible,

porque iba a ser otro año más sin nieve y encima iba a ser una Navidad con Coronavirus. De hecho, a

eso ni se le podía llamar Navidad. 

Miré mi reloj con desgana, aún quedaba tiempo antes de ir a clase. Caminé hasta el salón, me dejé caer

en el sofá y me hundí ligeramente entre los cojines. Cogí el mando de la televisión y presioné el botón

de encendido. En la pantalla de pronto apareció la imágen de un videoclip musical, lo de siempre:

primero un grupo de amigos se va a una casa en la nieve, luego hacen una fiesta donde se dan muchos

regalos y se lo pasan genial, bla bla bla. Ves, eso es Navidad, no lo que tengo yo aquí. Apoyé el cuello

en el suave respaldo del sofá con desesperación mientras apagaba el televisor. Encima todo el mundo

me decía que no tenía que quejarme, no entienden nada. ¿No ven que nuestra Navidad es un

aburrimiento? 

Volví a dirigir mi mirada hacia el reloj, sí, ya era hora de ir a clase. Me colgué la mochila de la espalda,

dije adiós a mi padre, me puse el abrigo y puse mi mano encima del metal del picaporte, que estaba muy

frío. Empezaba un nuevo día de adviento.


Mientras caminaba por la calle, de repente algo captó mi atención. En mi camino había un árbol con

hojas

de otoño. Era un día nublado, pero aún así unos tenues rayos se colaban entre las hojas de oro y carmesí.

El sol jugaba con las hojas, haciéndolas deslumbrantes. Parecía que el árbol se hubiera percatado de que

la Navidad estaba llegando, y hubiera querido ponerse un vestido de acuerdo a la ocasión, mientras que

el sol le ayudaba. Pero era un vestido tan maravilloso, que ningún ser mortal lo podíamos admirar

plenamente en su esplendor, y nos limitábamos a llamarlo vulgarmente ‘árbol otoñal’. Contemplé el

árbol

con admiración, siempre me habían gustado los árboles. Es curioso, porque sus compañeros ya solían

estar casi desnudos, supongo que esperando a que les vista la nieve (que no vendrá). En cualquier caso,

esto hizo que me surtiera un gran efecto. Me entró una oleada de positivismo, como si el árbol tuviera

algo especial. ‘Bah, tonterías, es solo un árbol’ me dije a mí misma, pero aún así mis pensamientos no

quedaron inmunes ante el efecto del árbol, una semilla de esperanza había florecido. Aún así, la semilla

tardaría en germinar, y los siguientes sucesos la regaron abundantemente, hasta que se convirtió en un

árbol como este.

Los días pasaron y transcurrieron sin muchas novedades. Pero un día todo cambió. 

No esperaba que una noche cualquiera, mi madre me dijera que nos teníamos que ir en ese momento al

hospital, que me vistiera rápido y que corriera. Yo estaba casi dormida, ¿qué estaba pasando? ¿Cómo que

me vistiera? No entendía nada. Me incorporé en la cama, no veía nada, solo una luz blanca gigante que

me cegaba y me hacía daño a los ojos, debía de ser la luz de la lámpara. Cuando al fin me acostumbré a

la

luz, levanté la colcha y me puse en pie, mientras mis pies descalzos eran invadidos por el frío acumulado

en el suelo. Cogí mi móvil, (unos aparatos que teníamos en esta época, muy rudimentarios comparados

con los que hay ahora) y aunque me cegué aún más con su luz, logré distinguir que eran las 2 de la

mañana. Mi madre volvió a entrar en la habitación.

-¡Pero bueno! ¿Sigues sin vestirte? ¡Corre!- Me dijo ella.

- ¿Por qué hay que ir al hospital?- La respondí enfadada y confundida a la vez, ‘yo quería seguir

durmiendo’, me decía egoístamente. 

- ¡Porque a tu tío Juan le ha subido la fiebre a 40 grados, le está dando un ataque de tos y está vomitando!

¡Muévete!

Me quedé estupefacta y anonadada, ¡si mi tío tenía buena salud! En esas épocas, cuando aún no teníamos

controlado el Coronavirus y no teníamos vacunas, como ahora, era muy peligroso. Además mucha gente

pensaba que solo afectaba a personas muy mayores, y quienes no lo pensaban no eran casi escuchados.

Mi tío en esa época tenía unos cuarenta años, y nadie pensaba que fuera a ser un paciente de riesgo.

Saqué la ropa del armario con las manos temblorosas, oía amortiguados los pasos apresurados de mis

padres por el pasillo, y yo me sentía paralizada, una sensación extraña, como si no pudiera reaccionar.

Aún así, mejor que me vistiera rápido. Ya vestida y con la respiración acelerada, cogí mi mascarilla de

tela y me la puse. Suspiré resignada, en esa época aún creía que las mascarillas eran una molestia inútil.

Las gomas me apretaban las orejas, y empezaba a notar la humedad acumulada, con un olor extraño.

Además el efecto de ahogamiento se veía acrecentado por la agitación de mi respiración, la nariz se me

quedaba ligeramente aplastada. En esos tiempos antiguos las mascarillas eran muy rudimentarias, luego

fueron evolucionando con el tiempo para convertirse en algo más cómodo. Yo siempre me estaba

quejando por la mascarilla, que me apretaba, que no me gustaba… Todo quejas. 

Llegamos al hospital, estaba bastante distinto, desde que comenzó el confinamiento no había venido,

aunque lo había visto en muchas fotos en las noticias. Me tuve que quedar fuera, claro, no había sitio para

mí. Así que salí fuera y me apoyé sobre una barra de metal que había en la entrada. Pensamientos

turbulentos comenzaban a asentarse en mi cabeza, de hecho se sentían tan cómodos que parecía que

estaban construyendo una casa en mi mente, además de hacer una gran celebración donde han invitado a

sus amigos, ¡Cuantos más mejor! Invitado 1:¿Cómo era posible que estuviera enfermo? ¿Sería

COVID-19? ¿Quién le habría contagiado?  Invitado 2: No era posible que le hubiera contagiado yo, qué

tontería. ¿O sí? La semana pasada estuve con él, y sin mascarilla. Invitado 3: Bah, todo eso que dicen los

médicos son estupideces, si el virus no es para tanto en personas de esta edad, lo importante son los

abuelos. Invitado 4: Además, aunque no haya respetado siempre la distancia de seguridad con mis

amigos, todo eso son exageraciones. ¿Verdad? O cuando quedé para comer algo en esa cafetería y me

quité la mascarilla, Invitado 5: o cuando no me duché después de haber quedado porque me daba pereza,

o esas veces que me pongo la mascarilla por debajo de la nariz.

Me estaba empezando a asustar bastante, contemplé las luces de navidad con las que habían decorado el

hospital con temor, como si ellas supieran todo. Empezó a sonar un villancico, no os digo cuál era pues es

demasiado antiguo para vosotros, aunque estaba familiarizada con la melodía y lo conocía perfectamente,

de repente estuve segura de que la cantante no estaba cantando ‘feliz navidad y prospero año nuevo’, sino

que decía ‘tú le has contagiado, tú le has contagiado’, ¡PARAD! Mi cabeza daba vueltas sin cesar. 

Después de esta paranoica situación, mis recuerdos son confusos, como si la tinta que escribe mis

recuerdos se hubiera emborronado y ya solo fueran legibles algunas palabras. Sin embargo, sí que

recuerdo que mi tío dio positivo en Coronavirus y nos tuvimos que volver a casa. Creo recordar que

además fuimos confinados en nuestra casa durante unos días. Claro, cuando nos dieron la noticia, yo

cumplí sin tardanza mi papel de adolescente narcisista y egoísta y me quejé de tener que quedarme en

casa mientras mis amigos se lo pasaban bien entre ellos. ¿Por qué tenía que perderme todo si no estaba

enferma? ¿Qué más me da si soy asintomática? Pero entonces mi padre me dio una gran respuesta: ‘Para

que no haya más gente que lo pase tan mal como tu tío’. Me quedé de piedra, no esperaba esa respuesta,

solo algo como un: ‘porque sí’. Me di cuenta de que no quería que pasara eso, de que a lo mejor el virus

no era una tontería. En el fondo, mi preocupación por mi tío Juan era enorme. Siempre había estado

conmigo, siempre había jugado conmigo de pequeña y siempre era muy divertido y simpático. También

era muy inteligente. Pensé que ojalá estuviera allí conmigo. Además, a él le encantaba la Navidad. Si él

ahora estuviera aquí, habría dicho: “¡Pero cómo es que tenéis el árbol con tan pocas luces! ¡Más es más!”

Y luego se hubiera reído a carcajadas. La melancolía me abrumaba, ¿y si no se ponía bien? Los médicos

decían que no estaba mejorando. ¿Qué íbamos a hacer sin él? ¿Cómo iba a poder vivir sin él?

Para despejarme un poco, salí a la terraza. El cielo estaba teñido de púrpura, naranja y rosa. El sol se

metía entre las nubes, era una escena de gran belleza. Y de repente, mis ojos se toparon con una figura

familiar. ¿Sabéis cuál es? El árbol de otoño, parecía que a él no le habían afectado los días. Él seguía en

todo su esplendor. Querido árbol, quince años después aún te recuerdo con claridad. Y entonces, hice

algo sorprendente. Recé. Pero recé de verdad, no solté un torrente de palabras al azar sin siquiera

escucharme, lo que llevaba haciendo toda mi vida. Sino que recé de verdad, eso es complicado de

explicar, pero quien lo haya hecho sabe como es. Rezar de verdad consiste en rezar con tu corazón,

creyendo de verdad lo que estás diciendo, sintiendo lo que estás diciendo, no rezar por rutina, sino hablar

con Dios. Sí, HABLAR CON DIOS. Recé por mi tío y por la Navidad, para que todos podamos

celebrarla. Y allí me quedé, contemplando al árbol, y súbitamente me di cuenta de que había florecido.

Sí, había florecido el 23 de diciembre. A veces siento que lo soñé, pues nadie más lo vio. Pero, otras

veces sé que sí que ocurrió realmente. 

-¡Despierta! ¡Despierta!- oí mientras estaba ligeramente dormida aún.

-¿Qué ocurre?- Pregunté a mi madre temiendo lo peor de nuevo.

-¡Tu tío ha tenido una mejoría espectacular durante la noche! Ha sido tan súbita, que incluso le van a

permitir venir a cenar con nosotros hoy en Nochebuena.

Otra vez me quedé sin aliento, no me lo podía creer. ¡SE HABÍA CURADO! Sentí como una oleada de

energía subía por mi interior hasta llegar a los dedos de mis manos. Salté de la cama, ¡era increíble!

¡Fantástico! Inconscientemente me puse a dar pequeños saltos de alegría. Abracé a mis padres, seguía

sin poder creerlo. No podía esperar a que llegara la tarde. Entonces, cogí al niño Jesús del Belén y salí

otra vez a la terraza, con el árbol. ¡GRACIAS! ¡GRACIAS! Fue lo que pensé, o tal vez lo dije en voz

alta, no lo recuerdo. ¿Qué expresiones solíamos usar de jóvenes? Ah sí, “flipante”. Pensaba que era

“flipante”. Y finalmente llegó la Nochebuena, en la que recibimos a mi tío, que aunque tenía un aspecto

algo pálido y huesudo, mi abuela resolvió que eso se curaba con un buen cordero, queso, jamón, etc.

En cuanto atravesó la puerta fue asfixiado por alguien, sí, yo le asfixié en un abrazo. ¿Sería herir nuestro

orgullo y convertir esta historia en algo cursi si digo que lloramos? Sí, pero aún así lo reconozco. Todos

lloramos y lloramos, pero de la alegría de volver a estar juntos. Y así fue como termina la que pensaba

que iba a ser la peor Navidad de todas, que terminó siendo la mejor. La Navidad en la que comprendí

que el objetivo no es ser muy ´guay´ y tener muchos regalos, sino estar con los que más quieres. 

Ahora, volviendo a la actualidad. Yo quiero cenar con mi familia, quiero estar feliz con ellos en Navidad,

quiero que estemos todos juntos. Quiero que la escena final de este relato pueda ser real. ¿Y tú?

¿Tú también quieres? Por favor, ten cuidado, lleva mascarilla, mantén las distancias, sé sensato.

A lo mejor no puedes abrazar tanto este año a tus conocidos, pero al menos permite que todos podamos

abrazar a nuestra familia. Por favor.



Relato de Javi:

La Historia de Cómo Viví la Primera Navidad

¡Hola! Soy César, una abudilla de Israel. Vivo cerca de Nazareth, que es una ciudad muy grande. Acostumbro a contar historias de mi vida a la gente interesada. La historia que os voy a contar hoy a vosotros, es la historia que más veces he contado, pero también la que más me gusta contar. Bueno, ¿queréis oír la historia más importante de mi vida? ¿Si? Pues escuchad atentamente, y concentraros todo lo posible en mi historia. 


Mis amigos y yo, estábamos muy emocionados, porque ya llegaba el invierno, y nos gusta volar cuando hace fresquito para poder soltar vapor mientras surcamos el cielo. Una vez, en invierno, volamos tan alto, que uno de mis amigos se desmayó por la falta de oxígeno y dejó de volar. ¡No veas que trabajo para cogerle en el aire e impedir que se hiciera daño al caer contra el suelo!


Bueno, ese día tenía un poco de hambre, así que fui a la casa de María y José, donde siempre hay alimento para un pajarito hambriento. María es muy buena: quiere a todos muchísimo y le encanta ayudar a los demás

sin esperar nada a cambio. Y José, también es muy bueno. Tiene mucha suerte de tener una esposa como María. 


Vivían en Nazareth, en una casa humilde, de una planta, contruida con piedra y madera. Tenía grandes ventanales por los que entraba la luz del sol por las mañanas y un pozo profundo en el pequeño patio que había delante de la casa. 


El estómago me empezó a rugir, así que me acerqué a mirar si estaba María por la ventana de la cocina. Mmm, que bien huele. María había hecho un pastel y lo había dejado enfriándose en la ventana. Me acerqué a María y ella me vió, y me dijo: 

 — Hola César, ¿qué tal estás? ¿Tienes hambre?. 

Asentí con la cabeza, pues tenía muchísima hambre, y ella se dirigió al armario donde guardaba las semillas. Pero, de repente, la sala se llenó de luz, y apareció una figura blanca, muy brillante, en frente de María. Ella se asustó y se le cayeron las pipas, y yo me escondí detrás de la puerta de la cocina. Entonces, el ángel 

empezó a hablar con una voz grave y señorial:

 — Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. — Ella se turbó con estas palabras, y el ángel volvió a hablar. — No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, será llamado Hijo del Altísimo y su reino no tendrá fin.

— ¿Pero cómo será esto, si no conozco varón? — preguntó María. 

— El Espíritu Santo vendrá sobre ti — contestó el ángel —, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 

— He aquí la esclava del Señor — dijo María —; hágase en mi según tu palabra. 

Y el ángel se fué. 


En ese momento no entendí muy bien lo que había pasado, porque estuve asustado en mi pequeño escondite, esperando a que el ángel se fuera; pero sí que me quedé con una cosa: <<No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.>>. Es decir, que un ángel del mismísimo Dios había venido a Nazareth, a mi ciudad a hablarle a María, la mujer más bondadosa del mundo entero. En ese momento me quedé paralizado de la emoción. Me fuí volando a contárselo a mis amigos, ya no tenía hambre. 


Les conté que había oido a un ángel decirle a María que iba a tener un hijo, y que ese hijo iba a ser el Hijo de Dios, el Mesías que tantos años llevábamos esperando. Uno me dijo que no se lo creía, otro que me lo había inventado; pero Lupita me creyó, y se emocionó muchísimo. Dijo que teníamos que estar siempre con ellos, para presenciar el nacimiento del Hijo de Dios. Por ello, cuando ya perdimos la cuenta de los días que 

habían pasado desde la Anunciación del ángel, organizamos turnos de vigilancia, por si nacía el bebé: ¡no queríamos perdérnoslo! 


Pero, un día, José dijo que tenían que irse a Belén, a censarse allí (José era de Belén y las personas tenían que censarse en el sitio donde habían nacido). Fui corriendo a buscar a Lupita y juntos nos fuimos con José y María de camino a Belén. 


En el camino, fuímos viendo cosas muy interesantes, que no pasan en una ciudad como aquella vez en la que unos elefantes casi aplastan a José, o cuando vimos pasar una estrella fugaz por el cielo. 




Y al fín, después de muchos días de camino, llegamos a Belén. Mi primera impresión de aquella ciudad fue que era una ciudad muy pequeña en la que había mucha gente. 

— Supongo que toda esta gente estará aquí por el censo. — dijo José — Rápido, vamos a buscar una posada donde descansar, para poder (mañana) censarnos en la plaza. 


Entonces, empezamos a pasar por todas las posadas pero nos dijeron cosas como:

— Lo siento muchísimo, está llena.

— ¡Cuánto lo siento! Ahora mismo estamos llenos, pasaros mañana si queréis una habitación. 

Pero, al final, en una posada nos dijeron: 

— Lo siento, pero está llena. Aunque tengo un amigo que tiene un establo, quizás os pueda servir para pasar la noche.

— Se lo agradezco mucho — dijo José —. Vamos María, vamos a descansar por fin. 


Llegamos al establo y encontramos que estaba bastante limpio. Había animales, por supuesto, como una mula y un buey; y el sitio estaba bastante ordenado. José preparó, con la paja del establo, una cama para su esposa, María y otra para él. A nosotros nos dijo que nos podíamos poner en cualquier rama, pero le respondimos que queríamos estar cerca de María, por si nacía Jesús. 


Cuando ya era casi media noche, nacíó Jesús. María y José estaban muy felices. Nosotros también, por supuesto. ¡Conocimos al Hijo de Dios! El establo empezó a parecer un sitio más acogedor y Lupita y yo nos pusimos a silbar canciones bonitas que tenemos los pájaros. 


Cuando ya parecía que todo había pasado, llamaron a la puerta del establo unos extraños hombres, vestidos con ropas elegantes y con unos extraños paquetes. Venían montados en unos camellos, y estaban acompañados de otros hombres con unos turbantes. Entraron en el establo, y dijeron:

— ¿Es aquí donde está el Mesías? Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo. 

Entonces se acercaron a Jesús y Melchor, el mayor de todos, con su gran barba blanca y sus rojas vestiduras, habló:

— Aquí tienes, Jesús. Oro para el rey. — dijo ofreciendole oro al niño.

Luego habló Gaspar, más jóven que Melchor y con verdes vestiduras:

— Plata para el rey de los judíos. — y le ofreció un cofre de plata. 

Y por último, habló Baltasar:

— Mirra para ti, Jesús. — y le dió un paquete de Mirra, un caro unguento.

María les agradeció a todos los regalos. 


Después de esto, llamaron a la puerta, otra vez. Se empezaron a oir cánticos melodiosos y entraron unos pastores, seguidos por un coro de ángeles, cantando “Adeste fideles”. 


Al ver todo el coro de ángeles, María se llenó de alegría, y el niño Jesús empezó a reirse; le encantaba esa música. ¡Qué bien nos lo pasamos Lupita y yo cantando y riendo con todos! Más tarde, los ángeles se fueron por donde habían venido, y los pastores adoraron a Jesús. María y José encontraron posada al día siguiente, y se quedaron unos días en Belén. 


José hizo el censo y ya se pudieron volver a Nazareth. 


Y así es como conocí al Hijo de Dios. Increíble, ¿no?



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5 Comentarios

MRB ha dicho que…
Estos cuentos son muy bonitos. Feliz Navidad.
Anónimo ha dicho que…
Muy currados!!
Javi ha dicho que…
Gracias!!
Anónimo ha dicho que…
¡Que cuentos mas bonitos!
Eowyn Everdeen ha dicho que…
¡Muchas gracias!